Comencemos con una pregunta, ¿qué emoción te incomoda más? No hay una respuesta mejor que otra ya que, en lo que respecta a las emociones, he podido ver a lo largo de mi carrera profesional que las preferencias y las manías son muy personales.
Hace tiempo, en mi consulta, me impactó ver el rechazo que una mujer sentía hacia sus reacciones de tristeza. Realmente se sentía fatal cuando sus sentimientos hacían por intentar aparecer. Digo «intentar aparecer» porque su oposición era total y, a veces, conseguía bloquear su tristeza por completo. Cuando no podía evitar sentirla, al menos trataba de ocultarla, disimulando incluso ante sus amistades y familiares más próximos. Pero todo tenía una explicación. Su abuela, que vivió con ella y con sus padres durante muchos años, sufrió un trastorno depresivo durante buena parte de su adolescencia. Tras haber sido un gran referente siendo niña, vio como su abuela dejó de representar aquello que más le había hecho disfrutar, su vitalidad, su alegría, su sentido del humor. No sin cierta lógica, terminó odiando la tristeza porque en cierta forma entendió que ese sentimiento le había arrebatado a su abuela. Según pasaron los años, comenzó a ver a la tristeza como una señal de debilidad y un reflejo de todo lo que no quería ser.
Así que nos pusimos manos a la obra. Tras explicarle la gran diferencia que existe entre la tristeza como emoción y una depresión clínica, comenzó a darle una nueva oportunidad a la tristeza. Poco a poco, aprendió a entender y valorar sus emociones y a regularlas de una forma saludable. Hace un tiempo la contacté de nuevo para pedirle permiso para hablar en clase de su caso. Me dijo que se había acordado mucho de nuestras conversaciones. Y más aún tras ver la película «Del revés». Me hizo especial ilusión que me asociara a esta gran película de animación. Sin hacer «spoilers», diré que la película es un homenaje a la tristeza y a lo que nos puede aportar en el día a día. Es sorprendente comprender el valor de la tristeza, una emoción que, por ejemplo, en la vida de esta persona había sido experimentada con tanto rechazo durante muchos años.
Como comentaba al comienzo, sobre emociones cada persona tiene sus filias y sus fobias. Algunas personas aceptan bien la tristeza pero en cambio les resulta intolerable la culpa o la vergüenza, a menudo porque la sintieron con demasiada frecuencia en su infancia. Otros se rebelan contra el sentimiento de impotencia porque les gusta sentir que puede con todo, o contra la envidia, porque creen que es una emoción maligna.
El enfado y la ira suelen tener muy mala prensa también. Muchos las consideran emociones poco maduras o poco éticas. Sin embargo, bien entendidas y bien gestionadas son tan buenas como las demás. Cuando son adecuadas a la situación -y no falsas alarmas- pueden comunicar a los demás necesidades importantes que no están siendo atendidas (por ejemplo, cuando no nos respetan) así como activar mecanismos de protección en situaciones críticas. Es cierto que una forma inadecuada de manifestar la ira (con agresividad excesiva por ejemplo) puede dar lugar a situaciones indeseables. Por eso, es crucial distinguir por una parte, cómo se expresa la emoción -que puede llegar a ser catastrófico si se hace sin medida-, de la experiencia emocional en sí que es totalmente saludable.
Hace tiempo, en un curso, una persona me dijo que le gustaría ser como un amigo que tenía que parecía no tener emociones porque era capaz de manejar con soltura toda clase de situaciones emocionales con empatía y mano izquierda. Le dije que esa persona probablemente sí sentía emociones, pero las manejaba con tanta soltura que no le afectaban apenas y no llegaban a manifestarse externamente. Mostrarse tranquilo y resolutivo en situaciones emocionales complejas no es sinónimo de ausencia de emociones. Al margen de algunas diferencias temperamentales, la diferencia entre esa persona y tú, le dije, es la capacidad que tiene él para aceptar y entender sus emociones, y su gran apertura hacia ellas. Al procesarlas con tanta eficacia, las emociones no tienen que gritar, no salen a presión, y no añaden dificultad al afrontar situaciones difíciles.
En resumen, todos sentimos todos las emociones. No hay emociones de buenos ni de malos, ni de débiles o fuertes. Ninguna emoción es para avergonzarse de ella, ni mucho menos. En realidad, todas son normales y todas tratan de ayudarnos, aunque a veces se puedan equivocar.
Tristeza, frustración, impotencia, envidia, rechazo, vergüenza, culpa, ofensa, miedo, amenaza… No lo olvides, todos sentimos todas las emociones.
Gonzalo Hervás – Universidad Complutense de Madrid
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