Los valientes también tienen miedo

El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro (W.Allen)  

¿Cuántas veces has escuchado la pregunta de “por qué tienes miedo a…”? ¿Por qué tienes miedo a los perros? ¿Por qué tienes miedo a montar en avión? ¿Por qué tienes miedo a sacarte sangre? También me gustaría preguntarte cuántas veces has escuchado respuestas del tipo “No tienes porqué tener miedo a los perros, pero si no hacen nada”, “Es una tontería volar en avión, piénsalo la probabilidad de tener un accidente es muy baja”. Desde pequeños/as nos enseñan que el “miedo es de cobardes”, “que el miedo no ayuda”, “que no hay que tener miedo a nada”. Pero, ¿te has preguntado alguna vez cómo sería tu vida sin esta emoción? 

¿Qué es el miedo?

Ekman (1992) en sus estudios sobre las emociones distinguía entre emociones primarias y secundarias. Por emociones primarias se refería a aquellas emociones universales, y por lo tanto, presentes en todas las culturas. Por su parte, entendía que las emociones secundarias serían una combinación de las primarias, también siendo denominadas sociales. El miedo forma parte de las emociones primarias y es una pieza fundamental para la supervivencia. Así, esta emoción ha sido la base de la evolución, pues su principal función es ayudarnos a sobrevivir en un entorno repleto de amenazas. Si bien las amenazas que afronta el ser humano en la sociedad actual son muy diferentes a las que los neandertales experimentaban hace 230.000 años, nuestro entorno continúa siendo amenazante.

Ahora, no tenemos que luchar contra animales para obtener alimentos o trepar por los árboles para conseguir frutos, pero sí tenemos que enfrentarnos a arduas tareas tales como hablar ante un auditorio, plantar cara a nuestro jefe/a, hacer una entrevista de trabajo, etc. El miedo provoca en nuestro cuerpo una serie de reacciones fisiológicas prácticamente inmediatas (aumento de la tasa cardíaca, sudoración, dilatación de las pupilas, aumento del tono muscular, etc), las cuales nos preparan para hacer frente al estímulo amenazante. De esta forma, ante el miedo, las respuestas de lucha, huida o mantenernos inmóviles se consideran adecuadas para la supervivencia, y, además, escapa a nuestro control, puesto que en los casos más extremos reaccionamos de manera involuntaria.

¿Cómo se manifiesta el miedo en nuestro cuerpo?

El miedo desencadena en nuestro cuerpo una serie de reacciones fisiológicas, que suponen la activación del sistema nervioso simpático, entre ellas:

· Aumento de la tasa cardíaca y presión sanguínea para llevar rápidamente oxígeno a nuestros músculos.

· Dilatación pupilar para facilitar la percepción visual. 

· Aceleración de la respiración.

· Contracción de la musculatura, con el fin de prepararnos para la lucha o la huída.  

· Disminución de la actividad del sistema inmunitario, normalmente para mantener y conservar la energía. 

La expresión facial del miedo es reconocida universalmente. Esto quiere decir que se puede ver el mismo gesto en los rostros de personas de todo el mundo y de prácticamente todas las culturas, desde bebés hasta ancianos.
(incluir foto de expresión de miedo)

    Quizá te estés preguntando si es lo mismo tener miedo que tener ansiedad (puedes leer también este otro post sobre ansiedad aquí). Es una pregunta razonable porque las respuestas fisiológicas y comportamentales del miedo y la ansiedad pueden ser bastante similares y a veces se usa indistintamente… Seguro que hemos leído en alguna ocasión tanto la frase “miedo a hablar en público” como “ansiedad de hablar en público”. No obstante, ambos se diferencian fundamentalmente por la presencia de una amenaza clara y específica. En esta línea, mientras el miedo se desencadena ante un peligro inminente localizable que nos hace temer por nuestra vida, la ansiedad se conecta con situaciones en las que no localizamos claramente la razón de nuestra reacción. En un avión, sentirá miedo quien se esté imaginando un resultado catastrófico fruto de una avería, y sentirá ansiedad quien sienta una aceleración cardiaca y un profundo malestar aunque esté más o menos convencido de que la situación, al menos a priori, no es peligrosa. Es cierto que con el tiempo la ansiedad genera pensamientos negativos y suele acabar generando uno o varios miedos. La ansiedad tiende a mutar y a expandirse, construyendo amenazas ficticias y miedos concretos.

También puede suceder al revés, que un miedo acabe generando ansiedad: si vamos conduciendo y de repente el coche de delante frena bruscamente y tras esquivarlo, derrapamos y tenemos un accidente, es posible que experimentemos miedo que generarán una serie de cambios en nuestro organismo (por ejemplo, aumento de la tasa cardíaca, sudoración, etc.). El peligro es real, y el miedo, totalmente necesario. Ahora bien, si tras este suceso, al arrancar el coche al día siguiente sin ninguna expectativa de peligro, comenzamos a experimentar una fuerte inquietud y reacciones fisiológicas súbitas (aumento de la tasa cardíaca, sudoración, etc), en ese caso estaríamos teniendo una respuesta de ansiedad. En este caso, la ansiedad sería una especie de réplica (como los terremotos) del miedo sufrido el día anterior.

¿Cuándo el miedo es un problema?

El miedo comienza a ser un problema cuando no es funcional, es decir, cuando las consecuencias de sentir ese miedo son peores que si no lo sintiéramos. Por ejemplo, dejar de hacer cosas que nos gustaría hacer por miedo a lo que pueda ocurrir: No hablar en público, no viajar, dejar de bailar o de ir a la playa, no comenzar una relación sentimental… Cuando el miedo, o la ansiedad, es muy intenso, poco razonable o nos conduce a la evitación de actividades que para nosotros son importantes y valiosas, es posible que nos encontremos ante un miedo disfuncional.  

¿Qué hacer frente al miedo?

Identifica tus miedos. Es importante que no escondas tus temores, y trabajes para identificar tus miedos. La mejor manera de evitar las réplicas tras una mala experiencia es hablar de ello con alguien de confianza, dejar salir las emociones así como examinar los pensamientos aunque puedan parecer ilógicos. Sentir miedos irracionales es muy frecuente por cómo está diseñado nuestro sistema emocional y, por esa razón, no tiene sentido pensar que es algo propio de personas débiles.

Conoce tus reacciones. Dedica tiempo a conocer la emoción de miedo, y cómo esta se manifiesta en tu cuerpo. ¿Qué sensaciones físicas experimentas durante el miedo? ¿Se acelera tu respiración, te sudan las manos…? No huyas de esas sensaciones aunque sean desagradables. Varios estudios en laboratorios de psicología europeos y norteamericanos han mostrado que tratar de bloquear o aislarse de nuestras sensaciones físicas, emperora mucho nuestras reacciones y nos genera sensación de descontrol.

Acéptalos: No los niegues ni huyas de ellos. La mejor forma de lidiar con tus miedos es combinando la aceptación con el afrontamiento de los mismos. Cuando trabajas para aceptar tus miedos, la relación que mantienes con esta emoción cambia, y la manera en la que lo experimentas tiende a suavizarse. Se trata de dejar de percibir el miedo como un obstáculo inamovible, y empezar a considerar el miedo como una emoción pasajera, de la cual podemos extraer información valiosa. Se trata de darte permiso para experimentar el miedo, y experimentarlo como lo que es, una emoción más. 

Enfréntate. Para superar un miedo injustificado, primero tienes que sentirlo, de ahí que el paso previo de la aceptación resulte fundamental. Pero no basta. Para superar aquello que temes, antes pregúntate, ¿qué actividades estoy dejando de realizar a causa de mi temor? ¿cómo de importantes son esas actividades para mí? Si es posible, haz un plan concentrado en el tiempo para volver a hacer todo lo que llevas tiempo evitando.

Confía. Una vez que hayas intentado vencer el miedo una primera vez, la segunda será más fácil. También puedes buscar a alguien de confianza para que te acompañe los primeros días. Si las reacciones son muy fuertes recurre a un buen psicólogo o psicóloga: te ayudará a quitar muchos de los obstáculos del camino.

Respondiendo a una de las preguntas iniciales de este artículo, ¿qué pasaría si no tuviéramos miedo? Teniendo en cuenta que la principal función de esta emoción es asegurar la supervivencia, sin experimentarla, posiblemente moriríamos. Actuaríamos de forma temeraria, o no reaccionaríamos ante las amenazas. Sin miedo, los seres humanos seríamos una especie en peligro de extinción.

Alba Hernández y Leonor Pastor – Psicólogas sanitarias

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